El maestro “Teo”: Vocación sin límites.

Cuando Teódulo Albarracín, un muchacho con apenas 23 años, se presentó aquella mañana del 3 de Febrero de ese 1974 en la pequeña escuela cristiana de la cálida Tibú, jamás se imaginó que era el comienzo de una emocionante carrera que  llegaría a 40 años de vocación y entrega a tantas vidas que ha formado en su educación básica primaria.

Este llamado a servir sin descanso, y sin una paga comparable a la que como diseñador de ropa masculina habría ganado por su notable creatividad, es para muchos de elogiar e imitar. Y aunque tiene al fondo de su casa su taller de Sastrería al que se dedica cuando no está preparando clases para sus pequeños, dice no encontrar mayor satisfacción como cuando recibe llamadas de gratitud de sus alumnos, lo cual ocurre con bastante frecuencia. Como el recién celebrado día del maestro, cuando le llamaron tres de sus alumnos. Un ingeniero que en su entrevista para trabajar en Ecopetrol ocupó el primer puesto, un odontólogo y un profesional que hoy ejerce desde Cuba.

“Siendo un niño fabricaba tableros de cartón. Le pedía tiza a la maestra y les enseñaba a los niños que no entendían. No sentía miedo. Mi abuela modista quién ayudó a mi madre en mi crianza, pues yo era el mayor de once hijos, cuando me enseñó a coser me repetía constantemente que con la ayuda de Dios, uno puede lograr lo que sueña. Esto hasta me permitió llegar a ser quien le enseño a leer y escribir las primeras vocales, a mi propia abuela.” Confiesa con satisfacción el maestro Teódulo sin disimular la nostalgia que le traen los recuerdos de una niñez rodeada de escasez y una gran marca que resulta difícil olvidar: La pérdida de su mano izquierda.

Estudiando todavía su educación básica primaria, alternaba sus estudios ayudando en una Salsamentaría donde empacaba carne embutida. Un día se ofreció a colaborar con la maquina  cortadora y confiado de la habilidad que había adquirido, no logró evitar que esta dañara su mano, por esa razón finalmente fue amputada para Salvarle la vida. Vida, que para Teódulo Albarracín parecía entonces no tener sentido,  incluso consideró la idea de suicidarse.

“La madre del Doctor Peñaranda, un médico con  quién vivíamos me decía constantemente:- No se aflija por no tener una mano, pues usted está completo para seguir estudiando. Usted hasta puede llegar a ser cajero de un banco o un  gerente. Palabras como estás me daban fuerzas, pero fue un encuentro de Dios con mi vida, el que me produjo una nueva visión que me transformó. Hoy no imagino a un hombre más feliz que yo. Cuento con el apoyo de mi esposa, Fanny Mendoza, quién es mi compañera desde hace 38 años y a la vez mi permanente animadora para seguir estudiando. Jamás se opone a que dicte clases nocturnas a jóvenes dos veces a la semana, o a mis viajes de hasta una semana de ausencia. Al contrario, ella es quién está pendiente de mi agenda que incluye una vez cada seis meses, salir de Cúcuta al departamento de Arauca y a la ciudad de Ocaña, donde ejerzo como instructor voluntario en el área de Técnicas de Estudios y Gramática de los pastores de la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia. Y eso para mí, es ser más que un gerente de banco.”

 

El maestro Albarracín es definitivamente un ejemplo de vida para una comunidad tan ansiada de modelos de valores, que él pretende sembrar. Es por esto que las veces que le han propuesto enseñar a grados de bachillerato se ha rehusado. Esto lo comprendió cuando estuvo a cargo de pre-Escolar durante 8 años, donde descubrió que desde sus primeros pasos se puede aportar más al carácter y visión de un buen proyecto de vida en el ser humano. Como el mismo afirma: “Me puedo adelantar a las debilidades de los padres.”

Tras haber recorrido casi todos los grados de primaria hasta llegar a ser coordinador, iniciando en las escuelas públicas de su Tibú natal, pasando por Villa del Rosario en el Colegio La Parada y enseñar en la popular Ciudadela Atalaya de la ciudad de Cúcuta durante estas últimas tres décadas, hoy en día, sigue formando a los  niños del colegio Andrés Bello Sede No. 3 donde enseña al numeroso grado segundo.

Al principio, los niños ven con extrañeza tener un maestro que enseña con una sola mano. Pero luego no solo se acostumbran a ello, sino al buen humor mezclado de rigidez de su maestro que siempre usa camisa blanca manga corta y repite como su lema: ¡Con Dios, todo es posible! Aunque la sociedad insista en querer llamar a personas como él “discapacitados”, a sus 64 años de edad, para el “maestro Teo” esto no es una limitación. Más aún, está convencido que al retirarse en marzo del próximo año y comenzar a recibir su pensión, esa no será su verdadera paga. Sino poder ver a muchos de sus alumnos en el cielo agradeciéndole por haberles invitado a ir allí, y haberlos formado para vivir con excelencia aquí. 

Por: Diego Vasquez

 

Nohemí García, ser mujer no ha sido un obstáculo en su vida.

 

En el parque Santander, uno de los principales en la ciudad de San José de Cúcuta se encuentran diferentes trabajadores, vendedores ambulantes, fotógrafos, ilustradores, diversos artistas, entre otros. Veinte trabajadores hacen parte del gremio de ilustradores del parque Santander; junto a ellos una mujer quien se destaca por su sexo.

Nohemí García, una señora amable y amigable de treinta y ocho años, trabaja como ilustradora en el parque Santander junto a su esposo. Aun después de trece años ejerciendo este trabajo, Nohemí no deja de ser una novedad para la ciudadanía.

En sus antecedentes, Nohemí ejercía la labor de servicio doméstico, se cansó de este por el mal trato de las personas a las que servía; manifiesta que la humillación se vive constantemente al realizar ese trabajo, y resalta que todos somos seres humanos “nos morimos y nos desintegramos como un rico o como un pobre”, no hay ninguna diferencia porque todos somos personas. Dentro de sus labores debía cocinar a los miembros de la familia, sentía el desprecio por todos y se preguntaba a que se debía esto, lo que la llevo a expresar como se sentía “¿por qué tanta discriminación?, si ustedes comen por mis manos, yo no puedo usar la bajilla de ustedes, si yo tuviera alguna infección ustedes también la tendría porque yo soy la que les cocino”.

En sus diez años trabajando como empleada doméstica expresa esta y otras dos anécdotas que la llevaron a retirarse del empleo. Un día entró en discusión con la hija del jefe, ella le manifestó al señor que se retiraba, inmediatamente el señor contesto que no era necesario; Nohemí piensa que todos como persona tenemos dignidad y tomo la decisión de irse porque debemos ser respetamos por el simple hecho de ser seres humanos.

En otra ocasión trabajaba cuidando a un bebe de siete meses y realizando los oficios del hogar, la señora a la cual servía estudiaba en la universidad y de repente llego a las diez de la mañana (más temprano de lo normal); seguidamente inicio regañando a Nohemí porque el oficio no estaba terminado. Nohemí refuto las afirmaciones de la señora, “es un aseo general y además él bebe requiere de mayor cuidado”, la señora insistía en llamar la atención a Nohemí haciéndola sentir inservible “yo hago todo, veo el niño y me rinde”, para lo que Nohemí contesto que si las cosas eran así no tenía la necesidad de pagarle a una persona “entonces si usted hace todo para que paga empleada, págueme el sueldo que me debe y me voy, chao”. Nohemí acepta que su actitud no fue la mejor, debido al respeto que les debe a estas personas, pero estaba cansada de sentirse menos preciada de parte de quienes servía.

Este sentimiento de humillación la encamino a ser emboladora de zapatos, su esposo lleva aproximadamente treinta años en este oficio, ella le sugirió que le enseñara y así fue; él junto a un compañero dedicaron varios días después de las seis de la tarde en enseñarle a Nohemí. La presentaron ante el gremio de ilustradores, enseguida fue aceptada e inicio una nueva experiencia.

Los primeros días, incluso meses de trabajo Nohemí sintió el rechazo de los habitantes por ser mujer, a sus vez dicho rechazo despertaba la curiosidad en ellos llevándolos a adquirir su servicio, de esta manera fueron llegando los primeros clientes. Al iniciar la mañana, Nohemí ubica su puesto de trabajo a las 9:00 a.m. donde ve pasar el día retirándose a las 7:00 p.m. Una silla verde establecida para la comodidad del cliente, ella como todos sus compañeros en una butaca, incluso disponen de un asiento extra para la compañía del cliente.

Una de las diferencias que Nohemí expresa entre los empleos, es la libertad con la que puede hablar; como servicio doméstico debía por respeto y por el oficio mantener silencio, en cambio trabajar en el parque le permite defenderse ante cualquier acusación.

Aun como ilustradora de botas Nohemí ha entrado en discusión con sus clientes, para ella valorar el trabajo es de vital importancia, cualquiera que sea el empleo debe ser valorado, por tanto aquellas personas que adquirían su servicio y le alegaban por el precio u otro inconveniente, les refutaba que ella consideraba que realiza una buena labor y cada vez se esfuerza por mejorarla, acepta críticas constructivas no destructivas.

“La chiva” como le dicen sus compañeros no crea ninguna ofensa en ella, por el contrario genera risa al saber que el apodo tiene descendencia, el papá de su esposo era llamado “el chivo”, por tanto su esposo paso a ser llamado “el chivo” y ella por casarse con él “la chiva”.

En tiempos libres acostumbra leer, en especial el “Q´hubo”, escuchar música y noticias. Compartir con buenos compañeros, incluso con su esposo, la hace feliz “soy feliz con lo que hago”. Su hija y su nieta son el motor de su vida, su orgullo, a su vez Nohemí el orgullo de su hija.

Trabajar sin ataduras, segura de sí misma, emprendedora, amable, fuerte y valiente son las características que destacan a esta mujer como a muchas otras de la ciudad; emprendiendo día a día como mujer, madre y esposa. 

 

Por Jhuliana Caceres